Con el Internet todos se han beneficiado de la tecnología. Hoy en día cualquiera puede editar, publicar informaciones, opiniones, comentarios o cualquier contenido que en ese momento considere pertinente, y a difundirlos y transmitirlo ante una audiencia virtualmente mundial. Ahora son muchos los que se llaman “periodistas” en este nuevo contexto tecnológico y social. Esta nueva corriente se ha propagado como un virus, contagiando a todos.
Bienvenidos todos aquellos que se quieran infectar.

miércoles, 27 de enero de 2010

Participación Social y Ciudadana.




Autor:  Armando Peraza Guzmán


Fragmento de la Conferencia impartida el 9 de junio de 2006 en la Primera Reunión de Consejos Municipales de Participación Social para la Educación en la ciudad de Mérida Yucatán México.

Desde la óptica de la democracia, la participación está incluida dentro de al menos dos de sus componentes, la inclusión y la pluralidad. Hasta la fecha en México traemos, culturalmente hablando, la idea de que la participación se refiere solamente a la emisión del voto ciudadano en elecciones periódicamente establecidas, sin embargo, la democracia es más que eso, es un estilo de vida y es ahí donde los mexicanos no hemos podido transitar a una vida democrática debido a lo limitado de una visión que nos fue dada tanto dentro de la familia como de la escuela, donde la voz del padre, es la voz de la autoridad indiscutida y donde la voz del maestro en el aula nos enseña que la obediencia es una virtud.

Nada más falso, la obediencia sin un proceso dialógico previo es una forma más de ejercer un autoritarismo exacerbado   de alguien que posee una autoridad institucionalmente reconocida, sobre alguien que considera inferior, sea un subordinado, un hijo, una esposa o dependiente. Aquí lo interesante sería determinar en que consiste este proceso de diálogo y entender como su uso nos lleva a relaciones de calidad, tanto en el ámbito del trabajo como en el personal o el familiar.

Dialogar y acordar, acciones que cuando se manejan juntas nos llevan a la calidad y que en el ámbito de la filosofía y de las relaciones humanas se ha dado en llamar “pensar” que contrariamente a lo que comúnmente
creemos no es una actividad en solitario, es una actividad en grupo, donde la discusión pacífica en torno a posibilidades de acción nos provoca una sensación de realización que difícilmente puede ser igualada por alguna otra actividad una vez que la conocemos y disfrutamos, pues el triunfar, el ser escuchados, el que nuestra opinión cuente, el aparecer en un ambiente de toma de decisiones nos hace sentir que existimos y que estamos realizándonos como seres humanos, lo que nos obliga moralmente a luchar por él o los proyectos surgidos en ese espacio que nos hemos creado y que una vez establecido estamos dispuestos a defender.

A este proceso se le conoce también como libertad, pues para ser libre se tiene que vivir bajo el riesgo constante de perder y es por tanto una cualidad que tenemos que alcanzar luchando continuamente contra la mediocridad y el conformismo, para fundar una verdadera democracia que esté orientada a la búsqueda de una libertad institucionalmente establecida, donde los hombres o mujeres que quieran, puedan tener la oportunidad de ser libres y adquirir condición humana.

Cuando digo, institucionalmente establecida, me refiero a que tanto en el ámbito social como en el gubernamental debe existir una protección hacia la participación ciudadana que limite la violencia social y gubernamental producida por un autoritarismo excesivo y abusivo que fue la marca de la casa durante el siglo pasado y que sigue existiendo en el presente, a pesar de nuestra supuesta transición a la democracia. La vía hacia la libertad está patéticamente incompleta, generando la sensación de que la nuestra es una sociedad injusta y en muchos casos ilegal, donde la violencia contra las minorías y los débiles, además de una marcada corrupción, son la marca de la casa.

Para ilustrar mi idea quisiera contarles una anécdota del libro “sobre la revolución” relatada por la filósofa
política del siglo XX, Hannah Arendt, sobre uno de los padres de la revolución americana, Jefferson, quien al término de la revolución era un hombre muy ocupado pues tenía, junto con muchos más hombres, que fundar un país dándole un marco jurídico justo. El suyo era un trabajo agobiante marcado por interminables discusiones con sus iguales que le hizo escribir una misiva a algún amigo donde se quejaba de lo agobiante y cansado de su labor y le expresaba su añoranza por tener un tiempo para estar en su casa, con su familia, donde pudiera leer un libro y tomar una copa de vino ante un buen fuego, añorando ésta que el consideraba una forma de ser feliz. El destino caprichoso le dio gusto, perdió las siguientes elecciones y tuvo que abandonar el ejercicio de lo público y retirarse a casa a hacer aquellas actividades que supuestamente lo harían feliz.

Un tiempo después, en una nueva misiva al mismo amigo le expresó su equivocación que palabras más, palabras menos, podían expresarse así, –cuan equivocado estaba, esta inactividad es terrible, nunca he pasado momentos más tristes en mi vida, añoro las discusiones y la participación en la definición de los proyectos de la nación y las largas jornadas donde podía expresar mi voz y establecer una idea que quede plasmada para el buen gobierno futuro.

Como vemos, el ejercicio público de nuestra opinión razonada y sujeta al debate puede ser un acto de liberación, que por el peligro que representaba para los gobiernos autoritarios del pasado fue acotado hasta casi desaparecer y donde ellos nos informaban de la situación de sus encomiendas de gobierno mediante discursos escritos muy alejados de la realidad y marcados por la mentira y la simulación.

La mentira, los fraudes electorales y los obstáculos a la participación nos fueron haciendo conformistas y llegamos a considerar que nuestra participación sólo se refería al manejo de nuestro voto en las elecciones, sin entender que la acción de votar es sólo el inicio de la democracia.

Al acto de participar el Instituto Federal Electoral (IFE) le llama “ejercicio de una razón pública”(cit por:
Pedro Flores Crespo Observatorio Ciudadano), y lo entiende “como la experiencia cotidiana de los ciudadanos cuando participan, con reales posibilidades de influir en la deliberación de las decisiones públicas, acción que se desenvuelve secuenciálmente hablando, en tres partes: Primero, debemos tener un vigoroso flujo público de información sin censura, segundo, debe haber un proceso de deliberación y discusión colectiva de nuestras razones informadas y tercero, la participación de los ciudadanos en la decisión que les incumbe mediante su opinión pública o con su voto”.

¿Por qué tendríamos que participar? ¿Por qué tomarnos la molestia? Estas son preguntas complejas y a la vez sencillas de responder. Vivimos en la sociedad del conocimiento donde la única posibilidad de salir adelante es poseer las habilidades para generar conocimientos, no para aprenderlos, y es ahí donde se encuentra el fracaso de la escuela en México, cuando los maestros siguen enseñando, cuando la información que reciben nuestros niños dada la velocidad con que cambia el mundo sólo es válida durante cinco o seis años, y después, qué van ha hacer nuestros muchachos enfrentados a un mundo que les exige nuevos conocimientos y que ellos no pueden aprender, porque se aferran a lo que sus maestros les enseñaron.

Lamentablemente no les enseñaron a aprender, a trabajar en grupo y a pensar --entendida como una acción colectiva y no individual--, les enseñaron a memorizar y a repetir, por tanto les enseñaron a ser desempleados, a ser pobres y a estar condenados a las penurias económicas, esto es lo trágico de la
escuela mexicana. En la última reunión del Grupo de los Nueve de la UNESCO, realizado en Monterrey, grupo dentro del cual se encuentra México y que reúne a los países con los sistemas educativos más grandes y con mayores problemas de desarrollo, el Presidente Fox dijo que el sueño de todo humanista es lograr una educación para todos y explicó, que para romper el círculo vicioso de la pobreza es necesario establecer un sistema educativo universal, sin discriminación y de calidad. En la misma reunión se dijo --Citando a John Kenneth Galbraith famoso economista y humanista--, que “la condición primera para hacer desaparecer eficazmente la pobreza es lograr que los hijos de familias pobres tengan a su disposición escuelas de gran calidad.

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